La casa de Miss Amery es una de esas
elegantes casas victorianas. Es tan antigua que a veces puedes escuchar, si
prestas atención, la multitud de gente que durante años ha tomado el té y hecho
visitas a la arruinada y antigua mansión.
Como a la tÃa Jane le gustaba visitar
a la señora, me hacÃa ir y verlas degustar su té y ponerse al dÃa, entonces yo
me perdÃa en su propiedad, como encantada, casi parece que murmura y que tiene
vida, como si Miss Amery tuviera más tiempo del que uno cree viviendo ahÃ,
coleccionando cosas y recibiendo visitas de tÃas que dejan a sus sobrinas
deambular por la mansión para atraparlas luego, como una araña encantadora.
Caminaba por el laberÃntico
jardÃn y veÃa las estatuas, muchas de ellas mutiladas por los años, y cuando
subÃa la mirada hacia los ventanales gigantes de ático siempre veÃa esa sombra.
No era para alarmarse demasiado, después de todo en casas tan antiguas uno
siempre tiende a sentirse vigilado.
Entonces ocurrió que el jueves 5
nos tocaba visita de nuevo y TÃa Jane no acepta nunca un no por respuesta, con
su firme expresión de disciplina y dignidad británica. Al bajar del coche pude
ver la forma tenebrosa y puntiaguda de la mansión de Miss Amery y un escalofrÃo
recorrió mi espalda al ver salir al mayordomo lúgubre y anunciarnos en el
salón. Miss Amery bajó y detallé de nuevo sus ademanes rÃgidos y su apariencia
de canÃbal civilizada que siempre me ha dado escalofrÃos. Tomamos el té, yo en
silencio como era costumbre, y luego pedà permiso para retirarme a caminar de
nuevo por la enorme propiedad. Al salir del salón empezó a sonar el disco
antiguo que siempre escuchaban al cuchichear y del que parecÃan no aburrirse.
La sala tiene esas enormes escaleras que dan una curva y llevan a una infinita
cantidad de habitaciones de los pisos superiores y por último en una espira da
hasta el ático. Nunca me animé demasiado, a recorrer el interior de la mansión a pecho, más que nada por mi gusto por el jardÃn, pero ese dÃa jueves 5 no
tenÃa ánimos de jardÃn, no tenÃa ánimos de mucho la verdad, entonces me hallé a
mà misma subiendo uno por uno los pisos y viendo los cuadros con motivos de
caserÃa y de personas posando como si valiera un millón de libras cada minuto
del pintor. Algunos cuadros eran tan antiguos como la mansión y otros parecÃan
no tener más que unos cuantos años, en el segundo piso casi exclusivamente las
pinturas eran de niños y adolescente con cara de hastÃo, y todas las escenas
parecÃan a la misma hora.
Como me aburrÃa y la visita
siempre se extendÃa subà el último piso llegando al ático. Una ineludible
sensación de vejez y soledad me abrazó al entrar. Está lleno de armaduras viejas,
instrumentos de caserÃa, muchas cajas y una gran variedad de marcos para
cuadros, sólo los marcos. Las cajas en su mayorÃa sólo contenÃan papeles,
cartas, contratos, cosas por el estilo. En un rincón aparte estaban lo cofres,
algunos con objetos raros y otras una gran variedad de ropas de
muchas épocas y todas las edades.
¿Nunca han sentido un peso como
de una mirada penetrante en la espalda? Cada vez que volteaba a ver si alguien
me vigilaba sólo veÃa el polvo flotando que relucÃa por la luz de la tarde que
entraba por la ventana. De repente la música del anticuado tocadiscos de Miss Amery
empezó a entrar, tal vez por las grietas de la madera del suelo, yo estaba tan
cansada de buscar entre las cajas que me senté en el suelo frente a un espejo
enorme y elegante, la música se hacÃa más sonora y como sentÃa algo de sueño,
apoyé mi cabeza en mi puño izquierdo para no caer de bruces en el suelo. Mis
ojos me pesaban más y más y se me la visión se me hacia borrosa, un pajarito que
cantaba en la ventana voló asustado, a través del espejo comencé a ver como una silueta enorme y peluda con dos cuernos me abrazaba lentamente, pero yo tenÃa
tanto sueño…
A pesar de las exhaustivas
búsquedas, la policÃa se dio por vencida a las dos semanas y dieron por sentado
que en una rabieta adolescente me escapé porque no querÃa tomar el té, mi tÃa Jane
no volvió a visitar a Miss Amery, quien por cierto no se afligÃa demasiado y pronto empezó
a recibir nuevas visitas, esta vez los señores Woodson con su hijito pelirrojo.
El segundo piso a veces se siente
tan solo, incluso cuando el mayordomo lúgubre pasa el plumero por los cuadros
de los niños, nos mira como si odiara su trabajo y se compadeciera de
nosotros, el viejo no es tan malo después de todo.
FIN
Rafael Moreno.
Hola criaturitas de internet! hace muchÃsimo que no traÃa algún relato corto al blog, la ultima vez fue uno de Neil Gaiman que les dejare por aquà el link para que se pasen "El Precio"
Mariangel.